jueves, 22 de diciembre de 2011

Pero, si en mi casa yo no hago nada...

Eso le dijo Ignacio a su terapista, con la mayor frescura, debido a que ella le pide hacer "muchas" tareas. Cuando me lo comentó, me quedé de una pieza, no porque me sorprendiera que mi hijo se expresara de esa manera, sino por la percepción que tenía de las pequeñas ayudas que realizaba en casa. Mientras la psicóloga me hablaba, en mi mente aparecían las, en realidad, pocas imágenes que tenía de Ignacio asumiendo labores: recoger sus juguetes, poner sus zapatos en el clóset, dejar limpio el lavadero cuando se lava los dientes... no recordaba muchas más.

"Tienes que darle más responsabilidades en casa y usa este término para que él las identifique" porque, claro, al parecer, él sentía que no cumplía con ninguna. Ese mismo día le dije, aprovechando que hace poco ha cumplido 5 años, que los niños de su edad ya tienen que cumplir con más responsabilidades. Su cara se iluminó de emoción: "¡Ya, mami, cuáles son, cuáles son!" me dijo con el entusiasmo e impaciencia que lo caracteriza. Debía aprovechar la inesperada emoción que le había causado el desafío. Le indiqué que lo primero que haría en las mañanas es ir al baño y lavarse la cara. Luego, que se cambiara solo y deje su pijama doblada debajo de su almohada. ¡Mami, dame más responsabilidades! Como está de vacaciones le dije que nos podía ayudar a sacar el polvo de algunos de los muebles de la sala, mientras aspirábamos o limpiábamos las ventanas.

Miraba a Ignacio realizar con tanta alegría las responsabilidades que le había enseñado que traté de pensar en las razones de por qué no se las había planteado antes. Y, ciertamente, no las encontré. Se me escaparon, no las vi, sus rutinas se fueron armando de manera espontánea y el sentido común, para este tema en particular, se escondió. Y, soltando ideas al aire, pienso que quizás fue porque a mí me molestaba mucho que mi mamá me dijera qué hacer en la casa cuando era niña y guardaba resentimientos hacia ella por eso y no quería que mi hijo tuviera esos sentimientos hacia mí. Pero, ni él es igual a mí, por una parte, y por otra, darle responsabilidades a nuestros hijos es parte de ser madre, de enseñarle que debe ocuparse de ciertas cosas, de vivir en comunidad, de apoyarse unos a otros para mantener la armonía.

Ignacio de 10 meses ayudando en casa.

Por la tarde, Ignacio tuvo otras responsabilidades: ayudar a poner la mesa del comedor, llevar su plato al lavadero al terminar de comer, limpiar su  individual y, por la noche, llevar su ropa de cambio después del baño, llevar la ropa sucia a la lavandería, etc.

Todos los días me pide qué nueva responsabilidad hará y debo estar preparada para lanzarle la propuesta: pelar las arverjitas, doblar las medias, ayudarme a tender la cama... ¿alguna me da más sugerencias?

Debo admitir que pensé que darle responsabilidades a mi hijo iba a ser una tarea muy difícil, pero nuevamente la maternidad me sorprende y me demuestra que esta experiencia está llena de momentos inesperados.


jueves, 15 de diciembre de 2011

"Meme" a la mami

En el Perú, algunas personas emplean la palabra "meme" o "tutumeme" para indicarle a los bebes y niños que es la hora de dormir. "¿Quieres hacer meme?" "¿Vamos a hacer tutumeme?" "Ya es hora de hacer meme", son algunas de las frases más comunes al usar este término.

En la blogósfera, sin embargo, "meme" tiene otro significado. Zary, del blog La mamá de Sara lo define muy claramente: Un meme es la unidad teórica de información cultural transmisible de un individuo a otro. Es simplemente una cadena en la que una persona responde una serie de preguntas y luego se la pasa a otros individuos quienes a su vez se la pasan a otros. El meme ha estado en los blogs desde el principio y son una manera divertida de compartir.

Así que aquí va mi primer "meme". A ver cómo sale...
  • ¿Qué fue lo primero que viste en tu pareja cuando se conocieron? Todo:) ¡Su camisa a cuadros roja! Se reirá mucho cuando lo lea.
  • ¿A dónde te gustaría ir de Luna de Miel? A las islas griegas. Y, como dice el libro "El Secreto" (que no sé si en realidad funcione, pero nada pierdo...) lo visualizo constantemente para ver si algún día se hace realidad.
  • ¿Te consideras una persona aventurera? Creo que en algún momento lo fui y por instantes lo soy, pero, en general, no lo soy (¿se entendió?) :D
  • ¿Tienes algún secreto tuyo que nunca le hayas contado a nadie? Todos tenemos algún secretito por ahí.
  • ¿Playa o piscina? Arena y sol, el mar azul... #lalala
  • ¿Verano o Invierno? Verano.
  • ¿Besos o abrazos? Besos y abrazos. Soy bastante melosa.
  • ¿Dulce o salado? Salado, aunque lo dulce poco a poco me va conquistando.
  • ¿Fresa o chocolate? Chocolate. Las fresas, solo con leche condensada o chocolate :)
  • ¿Blanco o negro? Blanco.
  • ¿Color favorito? Depende de mi estado de ánimo y del lugar.
  • ¿Cuál es tu película favorita? Me encanta el cine, no podría escoger una. Me gusta desde El Padrino, pasando por El Señor de los Anillos, Grease, Bleu... hasta el cine independiente.
  • ¿Juego de mesa favorito? Trivia.
  • ¿Cuál es tu bebida favorita? Jugo surtido (papaya, fresa, piña y naranja)
  • ¿Cuál es tu trago favorito? Muchos también ;) Pisco sour, Margarita, prefiero que tengan algo de ácido, no me gustan mucho los dulcetes.
  • ¿Cuál es tu mes favorito? Todos tienen su encanto. Pero prefiero la segunda mitad del año porque celebramos muchos cumpleaños.
  • ¿Qué es lo primero que piensas al despertar? ¿Ya? ¿Tan rápido?
  • ¿Perdonarías una infidelidad de tu pareja? No.
  • ¿Cuántos timbrazos antes de contestar el teléfono? Dos.
  • ¿Sabes guardar secretos? Sí.
  • ¿Dices tu edad verdadera? Sí... todavía :D
  • ¿Te consideras tímida o extrovertida? Dependiendo, creo que más extrovertida que introvertida.
  • ¿Qué hay debajo de tu cama? Un poco de polvo y quizás algún juguete de los chicos :S
  • ¿Has faltado a clases/ al trabajo solo por el clima? El clima limeño es suficientemente estable para que no tengamos oportunidad de hacerlo.
  • ¿Cuánto tiempo tienes con el blog? Medio año :)
Y ahora le paso este "meme" a...

Isha de Ishamommy
María Luisa de Mamá inperfecta
Martha de Mamá recomienda
Mica de Mirando tus ojos aprendí

Gracias Zary por enviarme este "meme" y por siempre estar presente. ¡Besos!

Reincorporándome a la blogósfera

Recuerdo que cuando decidí llevar el curso de Cosmología en la universidad, pensé que quizás podría llegar a entender mejor los misterios del espacio-tiempo, que para mí se traducía en: ¿por qué a veces siento que el tiempo vuela y otras veces que está detenido? Bueno, claro que no encontré la respuesta o no la entendí ;) El hecho es que los dos últimos meses han pasado demasiado rápido, a tanta velocidad, que las huellas de lo que sucedió se borraron del suelo.

Muchas actividades invadieron mi vida y, en consecuencia, mi cuerpo, dejándome agotada. Trabajo, actividades con los chicos, un viaje, trabajo, el cumpleaños de Ignacio y, así, sin darme cuenta, pasaron los días sin posibilidad o fuerzas para escribir. Tengo muchas ideas anotadas y ganas de compartir. Así que poco a poco, sin dejar mucho tiempo entre historia e historia, empezaré a contarlas. Espérenme un poquito más. Gracias por estar ahí, del mismo lado, del otro lado.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Cuando los hijos se enferman

"¿Te acuerdas cuando te enfermabas de pequeño, y podías vivir de sopita de pollo y quedarte en cama y tener un pañito húmedo en tu frente, y todos te engrían? Ah, recuerdos."


Recuerdo el gesto de preocupación y el llanto contenido de mi madre cuando yo me enfermaba de pequeña, e inmediatamente recaigo en mi lista mental de "cosas por las que comprendo mejor a mi mamá". Porque, ¡qué duro es cuando nuestros hijos se enferman! Es un dolor que exprime el pecho y a veces nos deja sin aliento. Y debemos "llevar la procesión por dentro", como se dice, para no asustar a los pequeños.

De niña padecí de bronquitis asmatiforme y la agitada respiración y el sonoro pito me acompañaban como una canción de un disco rayado la mayor parte de las noches. Dormía sentada, muchas veces y, algunas, no lograba dormir. No me quedaba más que imaginar, por horas, historias con las imágenes que formaban las sombras en el techo y la pared. Durante el día mi madre me forraba con "polos" hechos de panty medias o chalecos de papel periódico, chompas, casacas, etc. No iba casi a los paseos escolares o a los cumpleaños; ella pensaba que podía darme "el aire" y empeorar mi condición. Recuerdo que resentía mucho el hecho que no me dejara salir o jugar más libremente, "hija, no corras tanto que vas a sudar mucho" era el estribillo constante todas las tardes. Y a pesar que hasta hoy pienso que quizá pecó de un poco exagerada, comprendo que lo hacía para cuidarme y, seguramente, para no pasar por el dolor que le producía verme enferma.

Es por ello que no me sorprendió los sentimientos que me produjo la primera vez que Ignacio, a los nueve meses, tuvo un broncoespasmo. La pediatra ya me había advertido que era muy probable que mi hijo desarrollara algún problema bronquial dada mi historia y la de mi esposo (quien sufrió de asma de niño). Escribí un post en mi antiguo blog en el que describía lo que sentía:

La bronquitis del alma

Porque con cada suspiro en que tu pecho se eleva para alcanzar el aire, se me ahoga el alma.

Porque en cada tosecita tuya se acelera mi respiración.

Porque me duele el pecho de tanto que trato de botar el dolor que siento por dentro,
aunque me silba el corazón palabras de aliento.

Sólo me queda confiar en que pronto te recuperarás para yo volver a respirar tu carita de niño sano, tu sonrisa y tus besos.

La angustia de ver a Ignacio con bronquitis duró hasta que cumplió dos años. Luego de ese tiempo, nunca más volvió a visitarlo. Y yo, pude respirar tranquila. Al parecer, sus sistema inmunológico desarrolló las defensas necesarias para bloquear el ingreso de ese mal a nuestras vidas.

Tuve mucho temor a que Gabriel, mi hijo menor, también sufriera de broncoespasmos. Esperaba con nervios a que lleguen los nueve meses para ver si ocurría lo mismo que con Ignacio. Pero, muchos meses antes de ello, mi bebé desarrolló otro tipo de condición: la dermatitis atópica. Y es que, como me explica la pediatra, lo que reacciona en Gabriel es la piel. Ver a mi hijo "brotado" con la carita de color tomate y la piel tan áspera como la de cocodrilo, no es "moco de pavo" tampoco, también es difícil, aunque pienso que es una situación más manejable, sin dejar de ser de cuidado. Asumir su "enfermedad" me tomó más serena, como si hubiera leído un libro por segunda vez, uno sobre el mismo tema, pero de diferente autor.

Sin duda lo que más miedo me genera son las fiebres, esas que suben hasta 39 grados centígrados, en las que un a los baña con agua tibia, les coloca pañitos, les da paracetamol, les pone ropa ligera y no ceden. Sí, sé que la fiebre es buena, es la forma en que el sistema se defiende, pero verlos con esa mirada perdida y cuerpo laxo, me derrumban emocionalmente. Y es cuando una tiene que ponerse la capa de "mujer maravilla" y buscar ese superpoder que nos dé la fuerza para no perder la tranquilidad y la sonrisa.






sábado, 22 de octubre de 2011

Enseñar límites, no imponerlos

Mi mamá se sorprende del amor "desbordado" que tengo por mis hijos y veo cómo su mente abre los ojos tratando de encontrar la razón. "Debe ser que yo no he tenido hijos varones y la experiencia es diferente" suele decirme, o debe ser que nuestra forma de sentir y nosotras mismas somos distintas, pienso yo. Como consecuencia, sus palabras siguientes, señalan con un dedo acusador: "Ese amor que sientes, no te das cuenta, pero los consientes e engríes demasiado". Y sé dentro de mí que, como siempre, mi mamá tiene (en parte) razón.

Antes de tener hijos pensaba que era básico imponerles límites, no sabía exactamente por qué, solo asumía que si conmigo habían funcionado bien, debía ser lo correcto. Pero, lo cierto es que la maternidad tomó por asalto muchas de mis convicciones y el amor por mis bebes me desarmó. Y, como dice mi mamá, sin darme cuenta, dejé pasar muchas cosas. Errónamente confundí enseñar límites con desamor, en vez de entender que es una expresión de amor hacia nuestros hijos.

Y sí pues, tan evidente como que el amor no es solo abrazar, besar, jugar y compartir con nuestros hijos, sino ayudarlos a comprender qué situaciones pueden ser peligrosas, qué comportamientos no son adecuados; enseñarles a traducir el mundo que observan y que tan ansiosos están por explorar, con sus pro y sus contras.

Si a todo lo anterior, se le suma el tener hijos inquietos y desafiantes, el reto y la exigencia de enseñar límites con amor es mucho mayor. La paciencia se pondrá al límite y el ser constantes será realmente una tarea permanente. Pero yo creo que funciona. He comprobado lo que me parecía una cuestión poco amigable, que los límites dan estabilidad y seguridad emocional a los niños.

La clave, creo, es no perder de vista el amor. No imponer, enseñar y, sobretodo, explicar.
Las frases "porque lo digo yo", "porque soy tu madre", "porque me da la gana", no solo me parecen una falta de respeto al hijo sino la peor forma de pretender que aprendan algo. Está comprobado que para que alguien recuerde algo debe tener sentido, así al enseñar algo a un niño hay que relacionarlo con lo que vive, lo que le rodea, lo que le interesa. Decirlo con voz firme, que no es lo mismo que gritar, para llamar su atención sobre lo que se está diciendo y mantener la calma. Les aseguro que no es una tarea fácil y puede llegar a ser agotadora, pero los resultados hablarán por sí solos.





miércoles, 12 de octubre de 2011

El ¿reposo? absoluto

Hay días que el cansancio noquea mi voluntad y lo único que anhelo es estar en mi cama para dormir, ver tele, mirar el techo o, simplemente, poner mi mente en blanco. En días agotadores, fríos y grises como hoy, el calor que me espera dentro de la cama me llama con un murmullo que hipnotiza.

Y recuerdo que hubo hace un tiempo, veinte largos días, en los que tuve la oportunidad de hacer eso por obligación. Pero que no lo logré. Los días se extendían como un chicle sinfín, como un cabello al que el peine no lograba encontrar el extremo, como una mala película.

Tenía 23 semanas de embarazo y lo recuerdo como si fuera ayer, pero no con gusto, ni nostalgia. Fueron días en los que pude descansar físicamente, pero emocionalmente me agotaron más que muchos meses de trabajo. Y es en esos momentos en que agradezco la agitación de mi día a día actual en la que mis dos hijos están sanos y me dan retos constantes.

Incertidumbre, tensión, nerviosismo me visitaban constantemente, sobretodo cuando venían con el "monitor" que vigilaba qué tan bien me había portado para ayudar a mantener en buen estado a mi bebe. Y casi siempre reprobaba. "Regresaron las contracciones, señora. Deberá estar unos días más". Y así el tiempo no transcurría, sino que solo giraba en círculos. Me costó mucho mantener la serenidad ante la angustia de perder a mi bebe o a que nazca prematuramente. La presión porque todo dependía de mí era aplastante. Aunque sentía que daba todo de mí por mantener la calma, mi cuerpo y mi mente me traicionaban. Me sentía derrotada.

Leía, veía televisión, recibía visitas, hacía crucigramas, usaba el internet, pero el tiempo seguía sobrando para que el aburrimiento y las malas ideas asaltaran mis pensamientos. Solo los movimientos de mi bebe, el sonido de sus latidos y la, felizmente, no perdida ilusión de tenerlo en mis brazos pudo sostenerme y darme la fuerza para seguir luchando contra lo desconocido y transmitirle mucho amor y buena vibra. Hasta que llegó el tan ansiado día en el que pude regresar al caos de mi casa y de los juegos con mi hijo mayor, al poco tiempo, y las ganas de desear descansar, pero solo por un momento.

jueves, 22 de septiembre de 2011

La "depre" del destete

Una semana después de cumplir un año, Gabriel decidió dejar de compartir esos maravillosos momentos de lactancia conmigo. Suena trágico, ahora que leo cómo lo describo, y parece que ese sentimiento "depre" que pensaba que ya había superado por el destete, todavía late en algún rincón de mi ser, aunque ya de manera tímida y silenciosa, como la de unos pasos que se van alejando del camino. Y es increíble ver cómo desde tan chiquititos nuestros hijos van decidiendo a qué velocidad y cómo recorrer ese camino.

Luego del nacimiento de Gabriel no experimenté los famosos "baby blues", como sí me había pasado con Ignacio, tres años antes. Al contrario, extrañamente, me sentía energizada y con muchas ganas de atender a mis, ahora, dos príncipes; me sentía poderosa, como si de repente me hubiera sido concedido un superpoder para mantenerme full adrenalina. Claro, a medida que pasaron los días, la falta de sueño hizo su trabajo y esas ganas hiperinfladas, se fueron apaciguando. Sentía cansancio, pero no tristeza.

La "depre" que no experimenté con Gabriel luego del parto, la viví al momento del destete. Me costó muchísimo. Sentí una pena tremenda. Y es que el vínculo de lactancia en un año se hizo fuerte, cada vez más hermoso. Insistí, por supuesto, pero luego desistí; debía respetar sus gustos, sus tiempos, y aceptar que esa etapa había terminado.

¿Tu bebe ya no "mama"? Me dicen muchas amigas últimamente. Y es que aquí, muchas veces, nos referimos así a la lactancia. Quiero pensar y, he decido hacerlo así, que "dar de mamar" va mucho más allá del hecho de dar de lactar. En mi cabeza es sinónimo de "dar de mamá". Desde el vientre, desde el pecho, desde el abrazo, desde las sonrisas, desde los consejos, es "darme" a ellos cuando lo necesiten. Ese será un vínculo que me esforzaré por construir y aunque acepte algún eventual "destete", espero la relación sea lo suficientemente fuerte para que los ayude a ser felices y a estar en paz consigo mismos y con los demás.


domingo, 4 de septiembre de 2011

Las manos no hablan

"Las manos no hablan", le digo a Ignacio (4) porque quiero que entienda que las emociones deben ser expresadas con palabras y no con manotazos. Es aún un poco difícil para mi niño, tomar conciencia de lo que siente frente a diversas situaciones y traducirlo en palabras; también le cuesta comprender por qué los niños se molestan si él los ha agredido. El cuerpo y la impulsividad le ganan todavía, algunas veces. No lo justifico, no lo dejo pasar; sin embargo trato de comprenderlo para ayudarlo de la mejor manera.

Asimilar que a mi hijo le cuesta controlar sus impulsos no ha sido fácil. Las primeras en notar esta tendencia en Ignacio fueron las profesoras del nido. Primero, pasé por una etapa de negación. Me rehusaba a creer que fuera cierto lo que me contaban, pues en casa no veía comportamientos de ese tipo. Solo veía a mi hijo como un niño encantador, bueno qué madre no ve a su hijo como el niño más bello del mundo. Además, no le encontraba explicación, Ignacio vivía en un ambiente pacífico y lleno de amor; mi esposo y yo ni siquiera jugábamos de manera tosca o "de manos" con él; no discutíamos, ni hablábamos fuerte. Luego, vino la etapa en la que siempre tenía una excusa para justificar su comportamiento, "seguro es la edad, los dos años son terribles", "solo está tratando de expresar su individualidad", "ya se le pasará". Esto no quiere decir que no intervenía o que no le explicaba cómo afectaba su comportamiento a los demás.
Pero lo cierto es que no se le pasó y, es más, se fue agravando. Entonces llegó la etapa de la culpabilidad: "¿Qué hemos hecho mal?" "Seguro lo hemos engreído demasiado" "Quizás sería distinto si hubiera o no hubiera hecho esto o aquello..." acompañado de estrés y preocupación. Pero como las culpas no resuelven y lo más sensato es basarse en evidencias, decidimos (aunque nos costó asumir que se necesitaba) acudir a una psicóloga para obtener una opinión especializada sobre el asunto. Sentimos gran alivio cuando nos explicó que sí, que existían rasgos de impulsividad, que lo veía como un niño intrépido, pero que más allá del peligro que podría existir para su seguridad física, pensaba que la forma en que se relacionaba con los demás era manejable. Nos ayudó también a entender que "su hijo es así", hay niños que controlan mejor sus emociones que otros y la manera en cómo le enseñamos a comportarse puede tener poco que ver con esto. Había sin duda, que ayudarlo a reconocer sus emociones y las de los otros, y trabajar en poner más límites para que entendiera que sus actos tienen consecuencias.

Asumimos el compromiso y la situación fue mejorando. Hasta que salí embarazada y tuve la mala suerte de un embarazo difícil con un periodo de ausencia en casa, debido a que requería cuidados clínicos. Se suscitaron luego tres cambios importantes: el retiro de la nana que tenía desde el año y medio, la llegada del hermanito y el ingreso al colegio. Como es de esperar, hubo un retroceso. Pasado el puerperio, tomé el toro por las astas e iniciamos la larga rutina de terapias para trabajar en su control emocional y de conducta. Además se sumó el descubrimiento de que necesitaba ayuda a nivel de integración sensorial. Entre otras cosas, que existía a nivel físico un poco de dificultad para reconocer el manejo y fuerza de su cuerpo, su espacio corporal y el del otro; tema que también estaba relacionado a las formas de contacto físico que establecía con sus pares.

Debo confesar que ha sido muy incómodo y doloroso sentir las miradas acusadoras de las madres cuyos hijos son fastidiados; aunque comprenda su malestar. Seguramente sentiría lo mismo si estuviera en sus zapatos. Pero ahora también entiendo a aquellas madres, que como yo, han tratado y tratan de que sus hijos no sean etiquetados como "terribles" o "pegalones", que no necesariamente son las "culpables" de ese comportamiento, que buscan la manera de ayudar a sus niños a tener mejores relaciones con otros niños.

Entender y acompañarlo en este proceso ha sido agotador a nivel emocional, pero debo expresar con alegría y por qué no decir, con orgullo, que ya hay resultados positivos. Ignacio contiene mejor sus impulsos, reconoce mejor sus emociones, entiende cada vez mejor a los otros. Todavía necesitamos pulir algunos aspectos, pero el brillo que yo siempre he visto en mi niño empieza a iluminar a otros y a despojar las "etiquetas" que lamentablemente colocan de manera consciente adultos y de forma inconsciente los mismos niños.

Mi niño, la vida es un largo caminar. Encontrarás experiencias maravillosas y otras que no lo serán tanto, pero ahí estaremos tus padres para darte siempre una mano. Esperamos que así como nuestras manos te dieron seguridad para dar tus primeros pasos, no dejes de buscarlas cuando lo sientas necesario.







domingo, 28 de agosto de 2011

Jugando al Blog Topao 7


Este será un post en clave de juego. Carol, una mami genial y autora del blog "Con ojos de madre", me animó a hacerlo. Aunque, como Carol, debo escoger siete artículos de los ocho que he escrito en este blog, no sé qué tal quedará el resultado.

1. La entrada más hermosa: Cuando nací como madre porque expreso cómo comencé a vivir mi experiencia como madre.

2. La entrada más popular: Con los ojos y la mente bien abiertos, el primer artículo del blog en el que mis amigas y amigos me brindaban su apoyo en esta nueva aventura.

3. La entrada más controvertida: Respetemos el derecho a jugar de manera libre, una experiencia curiosa en el parque y que, en cierto punto me indignó, me llevó a escribir este artículo en el que opino sobre la importancia de respetar las formas de jugar de nuestros niños.

4. La entrada más útil: ¿Qué pasa después del parto? No tuve la suerte de que otras mujeres me contaran y, bueno, tampoco pensé en buscar información sobre este tema y creo que me hubiera sentido mejor si hubiera leído un artículo en el que otra mamá expresara algo similar a lo que yo estaba sintiendo.

5. La entrada cuyo éxito te sorprendió: La lactancia materna es mucho más que leche, sabía que la convocatoria de este carnaval de blogs sería buena, pero me alegró mucho recibir tantas visitas gracias a él.

6. La entrada que no recibió la atención que esperabas: Esta es una difícil decisión porque la verdad es que no quisiera "exigir" atención para que lean mis artículos y ya no me quedan muchos artículos por escoger, entonces, esta categoría la dejaré como "desierta" ¿Vale?

7. La entrada de la que estás más orgullosa: Uno de mis momentos favoritos del día, porque cuenta una estrategia que se me ocurrió para poder profundizar un poco en las conversaciones diarias con mi hijo mayor.

Una de las partes más divertidas de este juego es pasarlo a siete blogs. Me encantaría ver cómo lo juegan las siguientes mamis:

1. Isha, de Ishamommy
2. Lulú, de Mamá InPerfecta
3. Faith, de Mi Mundo de Cristal
4. Silvana, de Mamá ecológica
5. Leticia, de Criando creando

lunes, 22 de agosto de 2011

Mamá consciente


Antes que nada debo agradecer a Zarina, del blog "La mamá de Sara" por este lindo premio que recibo con una sonrisa, por qué no decirlo, de orgullo; pero a la vez con humildad. Un reconocimiento que es una invitación más a reflexionar sobre cómo vivo y siento mi maternidad.

Entonces, ¿qué es ser una mamá consciente? Para mí, una mamá consciente es aquella que sabe reconocer y aceptar que ni ella, ni sus hijos son perfectos, ni deberían serlo. Una madre que anhela ser la mejor para sus hijos, pero que no se obsesiona en ello; sino que acepta que la maternidad es una labor que se va aprendiendo en el camino. Que no es fácil, pero tampoco dificilísima y que, sobretodo, cada instante, cada experiencia, cada aprendizaje, vale la pena.

¿Soy una mamá consciente? Desde mi imperfección, trato de serlo. Consciente, también quiere decir presente, atenta a lo que sucede con mis hijos. Atenta a mis emociones y a las de ellos para disfutarlas o controlarlas; a situaciones inesperadas para analizarlas y buscar soluciones; a cada sonrisa, gesto, paso, pregunta, lágrima... de esas pequeñas personitas que nos llenan la vida.

Ser consciente también significa reflexionar sobre cómo llevamos nuestra labor: ¿Qué valores trato de inculcarle a mis hijos? ¿Mi forma de actuar es coherente con estos valores?

Tremenda es la responsabilidad que sentimos las madres sobre cómo guiamos a nuestros hijos y, a veces, este sentimiento nos abruma, sé que a mí sí; pero creo que debemos pensar que somos tan solo una guía y permitir que ellos vayan formando su propio camino; ayudándolos a reconocer lo que sienten, presentándoles opciones y motivándolos a que tomen sus propias decisiones. Estar siempre cerca por si quieren tomar nuestra mano, como cuando la buscaban mientras daban tímidamente sus primeros pasos.

P.D. Le comento a mi esposo del premio y me dice: "No habrán querido decir premio a la mamá que consiente" jajaja. No hay que confundir :)


jueves, 11 de agosto de 2011

Respetemos el derecho a jugar de manera libre

¿Cómo juegan sus hijos? Cada niño o niña tiene una forma única de expresarse en sus juegos, algunos prefieren el juego más activo, a otros les gusta recrear historias, algunos optan por pasarla más tranquilo armando cubos, por ejemplo; y cada uno asume con una actitud distinta los juegos, unos son líderes, otros seguidores, a algunos les gusta proponer ideas o quizás, simplemente observar.

¿Debemos intervenir en sus juegos con otros niños? Creo que la infancia es el momento de dejar que nuestros hijos jueguen en libertad contando con solo una regla básica: el respeto por el otro. Respeto por el espacio del otro, por su voz, por su forma de ver las cosas, por su manera de sentir. A partir de ahí, lo demás fluye. El "juego libre" permite que los niños se pongan de acuerdo en cuáles deben ser las normas, qué se va a permitir y qué no. Es vital por ello, eso sí, impulsar a nuestros hijos a expresar lo que sienten y piensan.

Tengo una amiga que siempre le dice a su hija de cuatro años "Anda resuelve el asunto con tu amiga", cada vez que tiene algún conflicto con otra niña. Recuerdo que la primera vez que lo escuché lo sentí raro; pero ahora lo entiendo mejor. Debemos permitir que nuestros hijos traten de solucionar sus problemas solos, luego intervenir, si es necesario. No hay que subestimarlos.

Así como debemos enseñarles a respetar y llegar a acuerdos con otros, nosotros también debemos respetar su forma de jugar y sus ideas. Quizás nos parezca que algunos niños juegan "tosco", pero mientras no se hagan daño o golpeen y respeten al otro, no debemos por qué inhibir su manera de expresarse. Lo mismo, en cuanto a la actitud que asumen, si son muy tímidos, no hay que presionarlos; motivarlos sí, pero sin que resulte incómodo. Y por sobretodo, debemos respetar si quieren jugar.

Hoy estuve en el parque y una abuela no dejaba jugar a su nieto con el grupo de niños "revoltosos", como ella los etiquetó. El niño era tímido y la verdad me dio mucha pena ver la escena. Según esta abuela y su amiga, mi hijo era el más "revoltoso" del grupo, el "incitador" -líder lo llamaría yo ;)- Los niños se divertían, bajo las propias reglas que ellos habían acordado, no paraban de reírse; pero a la abuela esto le parecía terrible.

Cuando me preguntaron cuál era mi hijo les dije que era "el incitador" al que se referían. Se quedaron mudas, pero después me dijeron que debería enseñarle a jugar "bien". No contesté, en un primer momento, no valía la pena. Pero insistieron con sus comentarios y no me aguanté en decirles que a mí me parecía que debía permitir a su nieto jugar con los otros niños. "No quiero que aprenda a jugar así", me contestó. Así, ¿cómo? ¿Divirtiéndose como los demás? Al menos, debería dejar al niño probar, si no le gustaba, podía optar por jugar con otros niños.

Incluso me llegaron a decir que yo solo paraba con mi "aparatito" (por el iphone) y no me daba cuenta de lo que estaba pasando con mi hijo. Solo me quedó sonreír. Cuando voy al parque con Ignacio, los primero minutos los dedico a jugar con él; luego, lo motivo a buscar niños con los cuales jugar porque la idea es que vaya a socializar. En ese momento, cojo mi celular y leo algunas cosas, pero siempre estoy atenta a lo que sucede e intervengo de ser necesario. Fomento que sea independiente, que sepa que estoy ahí para lo que necesite; pero que no me necesita para divertirse.

Y esta situación me hizo sentirme orgullosa por ser el tipo de mamá que he elegido ser, que aunque no es fácil y muy agotador, vale la pena cada segundo; y feliz porque tengo la oportunidad de compartir los momentos de crecimiento de mi hijo.


viernes, 29 de julio de 2011

La lactancia materna es mucho más que leche

La Lactancia Materna es Mucho Más que Leche es un Carnaval de Blogs iniciado por Amor Maternal para celebrar la Semana Mundial de la Lactancia Materna e invitar a la reflexión acerca de todas las dimensiones en las cuales podemos concebir la lactancia materna, todos los ámbitos de la vida en los cuales puede afectar tanto al ser humano, como a la sociedad, al planeta, las relaciones interpersonales, etc.

Llevo 11 meses compartiendo momentos de lactancia con mi último bebe. Son momentos tan íntimos, tan nuestros, tan tiernos, que me va a dar mucha pena cuando dejemos de tenerlos. Disfruto mirándolo, cómo me busca y cómo encuentra tranquilidad cuando lo estoy amamantando. La leche es importante, claro que sí, pero yo siempre recomiendo la lactancia porque quiero que mis amigas y familiares vivan y sientan esta maravillosa experiencia.

Eso sí, no es fácil para algunas, para muchas quizás. A mí, en particular, me fue muy difícil. Algunas personas me decían que en algún momento lo disfrutaría, pero no veía cómo. Debo agradecer a las que estuvieron a mi lado por insistir en que persevere, en darme ánimos para no abandonar la idea. Mi primer bebe y yo tuvimos que practicar mucho para tener éxito en la lactancia. Nació pequeño y, por tanto, no tenía mucha fuerza para succionar y yo, por otra parte, no tenía idea de cómo ayudarlo y ayudarme. Sufrí de mastitis, luego de los primeros quince días, y después, poco a poco nos fuimos acoplando. Pero el proceso fue largo. Mentiría si dijera que el dolor en los pezones y las grietas cesaron al primer mes o al segundo, recuerdo que fue recién en el tercer mes que yo dejé de sentir dolor y empecé a disfrutar de la experiencia. Y a disfrutarla realmente. No veía las horas de regresar a almorzar a mi casa, después del trabajo, para encontrarme con mi bebe para amamantarlo. Los meses que siguieron pasaron rápido y cuando mi bebe decidió destetarse (sí, fue él quién decidió) yo era la que estaba triste. Con el segundo bebe, todo fue más fácil, a pesar de que también me dolió al principio, ya sabía la técnica y el acoplamiento fue bastante rápido.

A todas las que recién son madres y a las que serán solo les podría decir que traten de no perderse esta experiencia. Que si les es difícil consulten a sus amigas o a asesoras de lactancia (algo que yo no hice, por desconocimiento con mi primer hijo). Cada una es libre de decidir cómo vive su maternidad, qué hace y qué no. Pero yo les diría que hagan lo posible por sentir la lactancia, porque les aseguro que es una experiencia inolvidable y hermosa.


La Lactancia Materna es Mucho Más que Leche


Si quieren ver más historias de lactancia promovidas por esta iniciativa, hagan clic en los enlaces adjuntos.


lunes, 27 de junio de 2011

Uno de mis momentos favoritos del día

El mediodía marca el momento en que debo terminar mis pendientes laborales o domésticos y prepararme para recoger a Ignacio, mi hijo de cuatro años, del colegio. Antes de salir, a veces, cae mi mirada en las fotos de cuando era bebe (no hace mucho para mí, pero sí para el tiempo) y me paraliza el reconocer que ya tengo un hijo que va al colegio, que ya es un niño con una personalidad que, a pesar de estar en construcción, es bastante definida.

Me gusta llegar temprano, tempranísimo al colegio. Quiero que él vea que soy yo la primera que se asoma por aquella ventanita en la que se puede ser testigo de los últimos momentos de clases antes de la salida. Saborear esa cara de alegría y orgullo es un momento tan delicioso que no provoca perdérselo. Al abrir la maestra la puerta, Ignacio sale atropellante y presuroso a mi encuentro. "Miausííí", me dice cuando me ve. Luego siempre viene el "Mami, ¿qué tal si invitamos (el nombre de un amiguito distinto cada día) a la casa para jugar?" Gestión que realizo, con suerte, una vez por semana para que estreche vínculos con sus compañeritos y compañeritas.

Pero la parte más divertida es cuando iniciamos la conversación de cómo le fue en el colegio. Antes le soltaba la pregunta de rutina: ¿Qué tal te fue hoy? "Muy bien" me respondía siempre. "¿Qué hicieron?" insistía. "Tú sabes, lo de siempre, pintar, cantar, salir al recreo..." Hace ya algunos meses me di cuenta que debía dar un giro a mis preguntas si quería llegar a las respuestas de las que tenía curiosidad. Así que un día le pregunté: ¿Qué fue lo más divertido de hoy? ¿Qué fue lo más aburrido? ¿Ocurrió algo que te hizo muy feliz? ¿Ocurrió algo que te hiciera enojar? ¿Qué fue lo más fácil? ¿Qué fue lo más difícil? Y a partir de esas preguntas iniciamos un diálogo en el que puedo no solo conocer las emociones que siente ese día y felicitar sus logros, sino también reconocer y, lo más importante, que él reconozca qué debería hacer para superar las situaciones o tareas difíciles que le tocó enfrentar.

Luego, me pide que le cuente una historia. El puente que lo lleva de la realidad al mundo de ficción que tanto le divierte. Uno que hace que también me distraiga del hecho que ya pronto, quizás, no quiera que le cuente historias. Pero me alienta el reto que supondrá qué otras cosas podremos compartir cuando sea más grande.

viernes, 10 de junio de 2011

¿Qué pasa después del parto?

Para mí, el postparto es como un camino tortuoso cuyo destino es la felicidad. Cuando das a luz piensas que el final del recorrido es el parto, el momento en que reconoces cara a cara qué es un milagro. Pero, ese es solo el final de una etapa y el inicio de otra.

Como todo nuevo camino que se emprende, uno siente mucha ilusión por lo que irá descubriendo, tal vez un poco de nervios y temor por lo desconocido; pero siempre mucha emoción. Inicié el camino del postparto, entonces, con mucha alegría e invadida por una inyección de adrenalina que me mantenía enérgica. Pienso que gran parte de eso se dio gracias a la medicación contra el dolor que todavía permanecía en mi cuerpo. Pero este efecto duró poco.

Al día siguiente de conocer a Ignacio, un fortísimo dolor se apoderó de mi cuerpo y de mi mente. Sentía que no podía y no debía moverme. "Debe empezar a caminar" me decían las enfermeras. ¿Cómo podría caminar si ni siquiera podía incorporarme unos cuantos centímetros? Me resistí, no me moví. Una amiga que es doctora y que fue a visitarme me dijo que si no empezaba a caminar el dolor crecería. No entendía tremenda incoherencia. Pero el temor de que el dolor fuera más fuerte hizo que decidiera combatirlo. Saqué fuerzas y empecé a caminar. Si me hubieran visto, parecía una viejecita al recorrer los pasillos de la clínica.

Los senos me empezaron a doler también. No solo mientras lactaba el bebe, sino todo el tiempo. Se habían convertido en un par de piedras que no podía cargar. Si quería dormir de costado, sentía que uno de ellos se iba a desprender, era una sensación horrible. Pero pensaba que era normal. A los pocos días, me di cuenta de que no podía estar más equivocada porque me dio mastitis. Nadie me dijo que en realidad mis senos estaban congestionados, que el bebe no cogía bien y que debía sacarme la leche para evitar la obstrucción mamaria.

Y eso es solo la parte física. La parte emocional fue la más difícil de equilibrar. Afloró en mí un sentimiento que me parecía insólito, pero muy real: no quería ver al bebe. Lloraba porque no me quería sentir de esa manera, pero la sensación no se iba. Mi esposo supo darle en esos días el cariño y alegría a mi hijo que yo no pude. No sabía cuál era el destino final de ese camino tan duro que estaba recorriendo, pensaba que quizás nunca disfrutaría el ser mamá o que quizás tomaría mucho tiempo. Mi mamá me decía que todo iba a pasar, que pronto me sentiría mejor; pero lo único que yo pensaba era en cuándo terminaría esa tortura. Hasta que empecé a leer y conocer de amigas y de diferentes experiencias por internet que lo que yo sentía lo habían sentido también otras mamás. Que realmente pasaría, que después lo disfrutaría. Me costaba creerlo, pero al menos tenía la certeza de cuál sería el destino.

Poco a poco mi cuerpo se fue acomodando, las emociones se fueron equilibrando y poco a poco la felicidad fue develando su rostro. Cuando llegué al destino, sentí que había triunfado y que, a pesar de que fue duro, recibía un premio que podía finalmente disfrutarlo a plenitud.

miércoles, 1 de junio de 2011

Mi primer parto: un viaje rápido e inesperado

Ignacio llegó en un viaje corto, sin escalas, un 6 de diciembre hace ya cuatro años. Un viaje relámpago, que tomó por asalto mis ilusiones y expectativas sobre cómo sería mi primer parto.

Unos días antes de cumplir las 36 semanas, sentí unos fuertes dolores en el bajo vientre, me acuerdo que mi esposo estaba de viaje y los nervios fueron cómplices de mi malestar. Mi doctor decidió entonces que, mediante un monitoreo, revisáramos la situación. Tras ver los resultados regresé a casa, no sin antes recibir, como medida preventiva debido a que tenía un embarazo de riesgo, una inyección para asegurar el rápido desarrollo pulmonar del bebé.

Al cumplir las 36 semanas, acudí a mi control de rutina. El silencio y el largo tiempo que tomó el doctor en examinar las imágenes en el ecógrafo hicieron que mis nervios despertaran de nuevo. Temía por la interpretación que yo también podía observar (una va adquiriendo destreza en este menester a medida que avanzan los meses): había poco, casi nada, en realidad nada, de líquido amniótico. ¿Cómo podía haber pasado? Siempre había escuchado que cuando se "rompe la fuente" es imposible no notar la enorme cantidad de líquido que despide. Después, consultando mi memoria recordaba haber visto que, días atrás, mi orina parecía un poco espesa y espumosa, pero jamás imaginé que ese era el líquido que contenía al bebe.

El doctor nos indicó que el bebe debía nacer ese día. La noticia me cayó como un golpe y sentí un dolor profundo en el pecho. No estaba preparada para que sucediera tan rápido, el bebé era aún muy pequeño. Nos propuso dos alternativas: un parto natural seco en el que el bebe podía sufrir (solo pesaba 2 500 gr y tenía el cordón enredado) o una cesárea. ¿Cómo podía decidir por el tipo de parto que podría hacer sufrir al bebe? Me acuerdo que me invadió una tristeza honda, oscura. Me había preparado con tanta ilusión para un parto natural y nunca me había planteado la opción de una cesárea.

No hubo tiempo de siquiera ir a mi casa a bañarme, preparar el maletín, la música con la que quería recibir a mi primer hijo. Del consultorio me llevaron a que me realicen los exámenes de riesgo quirúrgico y prepararme para la cesárea. No me di mucho tiempo para pensar, para
sentir, el miedo me invadió por completo, nunca me habían operado de nada.

Ingresé a la sala de operaciones temblando. Tuve la suerte de que una enfermera muy dulce me tranquilizara con sus palabras y cariños. Me colocaron la epidural y felizmente no sentí dolor. Amarraron mis brazos de manera horizontal. Llamaron a mi esposo, él ingresó con una sonrisa gigante, como nunca antes había visto en él y cámara en mano. La anestesia, su llegada, el oxígeno, me tranquilizaron de a pocos. Experimenté la sensación de corte y todo pasó como una película en cámara rápida. Sentí un jalón y hasta emití un suave grito cuando sentí que sacaban a mi bebé.

Su llanto fue lo que me devolvió al instante la alegría. Tan solo repetía sin cesar "Quiero verlo, quiero verlo". Lo colocaron a mi lado, lo besé y él puso su manita sobre mi rostro. No puedo describir con palabras lo que sentí pero definitivamente era amor en su sentido más puro. Luego, nos fuimos, él a la sala de bebés y yo a la de recuperación en la que tuve que estar dos horas. Las primeras dos horas más largas de mi vida. Doy gracias que la anestesia me mantenía un poco fuera de la realidad en ese momento. Transcurrido ese tiempo, pudimos por fin estar juntos, conversar con la mirada y celebrar que desde ese día en adelante nos amaríamos de manera incondicional.



jueves, 26 de mayo de 2011

Cuando nací como madre

Tú,
pequeño ser,
estás creciendo dentro de
dándome una nueva dimensión.
Gioconda Belli

Mi cuerpo de 29 años me susurraba la idea de ser madre desde hacía algún tiempo. Pero la idea no se traducía del todo clara en mi mente. Recuerdo que el deseo se manifestó un día como un rayo, luego de escuchar la noticia de que una amiga estaba embarazada, rompí en llanto. Lágrimas que en realidad no podía comprender, pero que me impulsaron a decirlo en voz alta y con un suspiro hondo, sentido: "Yo también quiero ser mamá".

El amor por su parte se seguía multiplicando, en dos años de casados y ocho, en total, de habernos encontrado, sentíamos que era momento de compartirlo con alguien que sea solo nuestro. Era el momento perfecto. Hasta que descubrimos que quien manejaría esa decisión del destino era mi cuerpo.

Pasé por un proceso de "limpieza" interno para poder proveer de un ambiente seguro y reconfortante a quien sería nuestro primer hijo. Había también que darle un impulso a la producción de óvulos y así lo hicimos. El día en que debía gestarse ese pedacito nuevo de nuestro destino fue programado para asegurar el éxito del encuentro. Quizás no lo imaginamos así en un principio, quizás no fue lo que algunos imaginan como "romántico", pero a pesar de ello fue un momento mágico. Y funcionó.

La espera impaciente por los resultados nos regaló una respuesta en positivo. La felicidad se diluía por nuestros rostros. Al día siguiente acudimos al médico para confirmar la noticia. Ver la primera imagen de nuestro bebé nos transportó a otra dimensión, desconocida, surrealista, de una inmensa alegría. Hasta que escuchamos el diagnóstico: "hematoma". Así, al día siguiente de haber recibido la noticia, me vi empujada hacia la incertidumbre, la tensión, la preocupación sin poder combatirlas de a pie, sino echada desde mi cama. Reposo absoluto de cuerpo, alteración total de mente. Trataba con todas mis fuerzas dejar de pensar, de angustiarme, pero era muy difícil. Poco a poco fui perdonando al hematoma por haber invadido el lecho que con tanto esmero había preparado para mi bebé. Al mes, se fue. Pero marcó a mi embarazo como uno de riesgo.

Decidí que debía disfrutar de los meses siguientes a pesar de las amenazas. Dejarme sentir, siendo prudente. A veces, quería sumirme en el más profundo silencio para tratar de escuchar sus latidos. Las primeras veces que lo sentí, tuve la sensación de que un gusanito travieso y juguetón recorría mis senderos y se me dibujó una sonrisa: suponía que estaba contento. Luego cuando ya le quedaba poco espacio para moverse, me imaginaba que me decía "sé que te gusta que me mueva, así sientes que estoy bien; percibo tu tranquilidad."

Sin embargo, en cada ecografía reaparecían las dudas y el temor, ¿estará bien? ¿cómo estarán sus latidos? ¿el cordón se enredó? ¿cuánta cantidad de líquido amniótico hay? ¿cuánto mide su pancita, su cabeza, su columna? ¿cuánto pesa? ¿se mueve, qué tal se mueve? Finalmente suspiraba aliviada, después de cada encuentro y podía permitirme ser feliz de nuevo.

Los último meses fueron literalmente pesados. Cargar a mi pequeño abrazándolo solo con los músculos de mi abdomen y espalda era tremendo. La emoción por tenerlo ya en mis brazos tampoco cabía en mi pellejo. Sin sentirlo, sin pensarlo, sin previo aviso, nuevamente mi cuerpo dictaminó el destino. Ignacio no llegaría a las 40 semanas, sino a las 36. No podría recorrer el camino de salida solo, cuando él sintiera que era el momento, sería una salida inesperada como si lo despertaran de un sueño profundo. Pero nosotros estaríamos allí para recibirlo con calor, con entusiasmo, con amor para descubrir juntos su aventura de vivir.


miércoles, 25 de mayo de 2011

Con los ojos y la mente bien abiertos...

Así trato de acoger mis vivencias como madre. Desde mi umbral aguardo expectante lo que vendrá. A pesar de tratar de estar siempre atenta, a veces, estas vivencias pasan de manera arrolladora. Me despeinan, me rompen los esquemas, ponen a prueba mi fortaleza. Pero el amor (no hay otra explicación) nos empuja a ponernos de pie, a reflexionar sobre esas huellas que nos marcan y que poco a poco van formando a la madre en que nos queremos convertir.

Hace tiempo que quería armar un espacio para compartir lo que significa para mí ser mamá y nutrirme de las experiencias de otras mamis, un rinconcito de tiempo para reflexionar sobre lo que nos ofrece esta maravillosa y desafiante vida maternal día a día. ¿Me acompañan en esta nueva aventura?