jueves, 26 de mayo de 2011

Cuando nací como madre

Tú,
pequeño ser,
estás creciendo dentro de
dándome una nueva dimensión.
Gioconda Belli

Mi cuerpo de 29 años me susurraba la idea de ser madre desde hacía algún tiempo. Pero la idea no se traducía del todo clara en mi mente. Recuerdo que el deseo se manifestó un día como un rayo, luego de escuchar la noticia de que una amiga estaba embarazada, rompí en llanto. Lágrimas que en realidad no podía comprender, pero que me impulsaron a decirlo en voz alta y con un suspiro hondo, sentido: "Yo también quiero ser mamá".

El amor por su parte se seguía multiplicando, en dos años de casados y ocho, en total, de habernos encontrado, sentíamos que era momento de compartirlo con alguien que sea solo nuestro. Era el momento perfecto. Hasta que descubrimos que quien manejaría esa decisión del destino era mi cuerpo.

Pasé por un proceso de "limpieza" interno para poder proveer de un ambiente seguro y reconfortante a quien sería nuestro primer hijo. Había también que darle un impulso a la producción de óvulos y así lo hicimos. El día en que debía gestarse ese pedacito nuevo de nuestro destino fue programado para asegurar el éxito del encuentro. Quizás no lo imaginamos así en un principio, quizás no fue lo que algunos imaginan como "romántico", pero a pesar de ello fue un momento mágico. Y funcionó.

La espera impaciente por los resultados nos regaló una respuesta en positivo. La felicidad se diluía por nuestros rostros. Al día siguiente acudimos al médico para confirmar la noticia. Ver la primera imagen de nuestro bebé nos transportó a otra dimensión, desconocida, surrealista, de una inmensa alegría. Hasta que escuchamos el diagnóstico: "hematoma". Así, al día siguiente de haber recibido la noticia, me vi empujada hacia la incertidumbre, la tensión, la preocupación sin poder combatirlas de a pie, sino echada desde mi cama. Reposo absoluto de cuerpo, alteración total de mente. Trataba con todas mis fuerzas dejar de pensar, de angustiarme, pero era muy difícil. Poco a poco fui perdonando al hematoma por haber invadido el lecho que con tanto esmero había preparado para mi bebé. Al mes, se fue. Pero marcó a mi embarazo como uno de riesgo.

Decidí que debía disfrutar de los meses siguientes a pesar de las amenazas. Dejarme sentir, siendo prudente. A veces, quería sumirme en el más profundo silencio para tratar de escuchar sus latidos. Las primeras veces que lo sentí, tuve la sensación de que un gusanito travieso y juguetón recorría mis senderos y se me dibujó una sonrisa: suponía que estaba contento. Luego cuando ya le quedaba poco espacio para moverse, me imaginaba que me decía "sé que te gusta que me mueva, así sientes que estoy bien; percibo tu tranquilidad."

Sin embargo, en cada ecografía reaparecían las dudas y el temor, ¿estará bien? ¿cómo estarán sus latidos? ¿el cordón se enredó? ¿cuánta cantidad de líquido amniótico hay? ¿cuánto mide su pancita, su cabeza, su columna? ¿cuánto pesa? ¿se mueve, qué tal se mueve? Finalmente suspiraba aliviada, después de cada encuentro y podía permitirme ser feliz de nuevo.

Los último meses fueron literalmente pesados. Cargar a mi pequeño abrazándolo solo con los músculos de mi abdomen y espalda era tremendo. La emoción por tenerlo ya en mis brazos tampoco cabía en mi pellejo. Sin sentirlo, sin pensarlo, sin previo aviso, nuevamente mi cuerpo dictaminó el destino. Ignacio no llegaría a las 40 semanas, sino a las 36. No podría recorrer el camino de salida solo, cuando él sintiera que era el momento, sería una salida inesperada como si lo despertaran de un sueño profundo. Pero nosotros estaríamos allí para recibirlo con calor, con entusiasmo, con amor para descubrir juntos su aventura de vivir.


miércoles, 25 de mayo de 2011

Con los ojos y la mente bien abiertos...

Así trato de acoger mis vivencias como madre. Desde mi umbral aguardo expectante lo que vendrá. A pesar de tratar de estar siempre atenta, a veces, estas vivencias pasan de manera arrolladora. Me despeinan, me rompen los esquemas, ponen a prueba mi fortaleza. Pero el amor (no hay otra explicación) nos empuja a ponernos de pie, a reflexionar sobre esas huellas que nos marcan y que poco a poco van formando a la madre en que nos queremos convertir.

Hace tiempo que quería armar un espacio para compartir lo que significa para mí ser mamá y nutrirme de las experiencias de otras mamis, un rinconcito de tiempo para reflexionar sobre lo que nos ofrece esta maravillosa y desafiante vida maternal día a día. ¿Me acompañan en esta nueva aventura?