jueves, 3 de mayo de 2012

Dejarlos ser niños

Cuando Ignacio llegó como un torbellino de hermosas emociones a arrasar con nuestra rutina, mi esposo y yo recibíamos embobados, por qué no decirlo, cada detalle de su existencia. Sus pequeños grandes logros se fueron dando a pasos de gigante, removiendo y sacando a flote nuestro orgullo.

Ignacio siempre se relacionó muy bien entre adultos, era un "chiquiviejo", se sentía cómodo. Y es que, como era lógico, su pequeño mundo giraba alrededor de gente grande, que además le daba atención y cariño. No tenía hermanos, ni primos pequeños cerca y, como sufría de bronquitis, sus visitas al parque no eran frecuentes.

Empezó a hablar de manera fluida al poco tiempo de cumplir un año y medio, aprendía con mucha rapidez, le gustaba sumergirse y hojear libros, asumiendo el rol de asiduo y concentrado lector. Luego, empezó a sorprenderme la clase de preguntas que hacía, su interés por conocer sobre ciencia, tecnología y, en general, sobre muy diversos temas.

La primera vez que "leyó".

Pequé quizás de soberbia, llevada por la emoción del interés intelectual de mi hijo y centré nuestros momentos en lecturas, aprendizaje de nuevas palabras, ideas, conceptos… Todo estaba tan conectado con mis propios intereses que lo sentí natural.

Y como buen "chiquiviejo" que era, cuestionaba no solo lo que despertaba su interés intelectual; también los límites y las normas. Aquello de fomentar la horizontalidad, nos jugó una mala pasada, o no supimos jugarlo del todo bien, ahora que lo veo...

Y en un momento creo que me olvidé un poco que todavía era un niño, un niño pequeño... Esperaba, de manera inconsciente, asumo, que su control emocional ante diversas situaciones fuera la de un niño más grande. No entendía cómo podía comprender temas complejos para su edad, pero no los límites. Tardé en entender que la "madurez" intelectual no es lo mismo que la emocional. Que me faltó dejarlo ser más un niño pequeño. Presentarle más opciones, dejarlo explorar, sin intervenir demasiado. Reunirlo con otros niños más seguido, abrigarlo y cuidarlo de la bronquitis, pero dejarlo ir más al parque.

Y creo que es inevitable sentirse culpable cuando se es madre. Pero, valgan verdades, no existe un manual y se va aprendiendo en el camino. Tratamos de ser lo más conscientes posible; pero somos humanas, imperfectas. No siempre acertamos, pero eso sí, todo el tiempo amamos. De eso nunca me sentiré culpable, al contrario. El amor y el interés porque nuestros hijos sean felices debe ser el norte y con eso en mente seguiré dando pequeños y grandes pasos, seguro con algunos tropiezos, pero con mucha ilusión (y algo de temor, confieso) por este sendero materno.

martes, 10 de enero de 2012

Disfrutarlos y que nos disfruten

Les cuento que pasé un fin de año bastante agitado, tanto como las refrescantes olas de mar, esas que muero por nadar desde que empezó el verano; tan intensos, como el calor que nos vaporiza las ideas en estos días. Jornadas de trabajo largas, en las que el cansancio pasaba de visita frecuentemente y el café les cerraba la puerta.

Fueron días de aquellos a los que uno no quiere acostumbrarse. Despertaba temprano y, mayormente, me perdía esos momentos de la mañana tan deliciosos metidos los cuatro en la cama, sin querer despertarnos del todo. No regresaba a almorzar porque el tiempo aceleraba cada vez más el paso y cada minuto, cada hora, eran necesarias para terminar el trabajo encomendado. No llegaba por las noches a bañarlos, como todos los días, ni a acostarlos. Los extrañaba tanto, tantísimo. Extrañaba disfrutarlos.

Disfrutarlos y que nos disfruten, para mí es algo esencial de ser mamá. Hay momentos en que por diversas razones, debemos ocuparnos en otras cosas por algún tiempo, como fue mi caso en los últimos días de diciembre y los primeros de enero, pero me parece que no debemos perder de vista lo importante. Recuperar momentos; hacer una pausa, un silencio en el pentagrama, para ellos, y llenarlo de tiempo para compartir. Besos, abrazos, juegos, palabras, historias...

Sí, ser mamá no pierde la dimensión formativa, aquella en la que tratamos de que nuestros hijos reconozcan las formas de vivir en armonía con su entorno, en la que debemos ser firmes, me gusta pensar que como la caña de azúcar, que es dura por fuera y dulce por dentro. Pero no debemos dejar que nuestra obligación por educar personas probas, nos aleje de aquello que es lo más lindo de ser madre que es el de disfrutar de nuestros hijos.

He regresado un poco a la rutina, mi rutina, esa que he felizmente puedo y he decidido tener. Aquella en la que me permito disfrutar y me doy a mis hijos para que me disfruten a sus anchas. El trabajo me acompaña, es mi compañero, pero es solo una parte del día. Ya espero que pasen rápido los días, para ir todos juntos a vivir días agitados, pero de emociones y aventuras, de descubrimientos; quizás muchas de ellas nos tumbarán como una gran ola; pero seguro que nos reiremos y nos darán ganas de seguir nadando.

Disfrutando de Ignacio.
Disfrutando de Gabriel.