Y recuerdo que hubo hace un tiempo, veinte largos días, en los que tuve la oportunidad de hacer eso por obligación. Pero que no lo logré. Los días se extendían como un chicle sinfín, como un cabello al que el peine no lograba encontrar el extremo, como una mala película.
Tenía 23 semanas de embarazo y lo recuerdo como si fuera ayer, pero no con gusto, ni nostalgia. Fueron días en los que pude descansar físicamente, pero emocionalmente me agotaron más que muchos meses de trabajo. Y es en esos momentos en que agradezco la agitación de mi día a día actual en la que mis dos hijos están sanos y me dan retos constantes.
Incertidumbre, tensión, nerviosismo me visitaban constantemente, sobretodo cuando venían con el "monitor" que vigilaba qué tan bien me había portado para ayudar a mantener en buen estado a mi bebe. Y casi siempre reprobaba. "Regresaron las contracciones, señora. Deberá estar unos días más". Y así el tiempo no transcurría, sino que solo giraba en círculos. Me costó mucho mantener la serenidad ante la angustia de perder a mi bebe o a que nazca prematuramente. La presión porque todo dependía de mí era aplastante. Aunque sentía que daba todo de mí por mantener la calma, mi cuerpo y mi mente me traicionaban. Me sentía derrotada.
Leía, veía televisión, recibía visitas, hacía crucigramas, usaba el internet, pero el tiempo seguía sobrando para que el aburrimiento y las malas ideas asaltaran mis pensamientos. Solo los movimientos de mi bebe, el sonido de sus latidos y la, felizmente, no perdida ilusión de tenerlo en mis brazos pudo sostenerme y darme la fuerza para seguir luchando contra lo desconocido y transmitirle mucho amor y buena vibra. Hasta que llegó el tan ansiado día en el que pude regresar al caos de mi casa y de los juegos con mi hijo mayor, al poco tiempo, y las ganas de desear descansar, pero solo por un momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario