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jueves, 3 de mayo de 2012

Dejarlos ser niños

Cuando Ignacio llegó como un torbellino de hermosas emociones a arrasar con nuestra rutina, mi esposo y yo recibíamos embobados, por qué no decirlo, cada detalle de su existencia. Sus pequeños grandes logros se fueron dando a pasos de gigante, removiendo y sacando a flote nuestro orgullo.

Ignacio siempre se relacionó muy bien entre adultos, era un "chiquiviejo", se sentía cómodo. Y es que, como era lógico, su pequeño mundo giraba alrededor de gente grande, que además le daba atención y cariño. No tenía hermanos, ni primos pequeños cerca y, como sufría de bronquitis, sus visitas al parque no eran frecuentes.

Empezó a hablar de manera fluida al poco tiempo de cumplir un año y medio, aprendía con mucha rapidez, le gustaba sumergirse y hojear libros, asumiendo el rol de asiduo y concentrado lector. Luego, empezó a sorprenderme la clase de preguntas que hacía, su interés por conocer sobre ciencia, tecnología y, en general, sobre muy diversos temas.

La primera vez que "leyó".

Pequé quizás de soberbia, llevada por la emoción del interés intelectual de mi hijo y centré nuestros momentos en lecturas, aprendizaje de nuevas palabras, ideas, conceptos… Todo estaba tan conectado con mis propios intereses que lo sentí natural.

Y como buen "chiquiviejo" que era, cuestionaba no solo lo que despertaba su interés intelectual; también los límites y las normas. Aquello de fomentar la horizontalidad, nos jugó una mala pasada, o no supimos jugarlo del todo bien, ahora que lo veo...

Y en un momento creo que me olvidé un poco que todavía era un niño, un niño pequeño... Esperaba, de manera inconsciente, asumo, que su control emocional ante diversas situaciones fuera la de un niño más grande. No entendía cómo podía comprender temas complejos para su edad, pero no los límites. Tardé en entender que la "madurez" intelectual no es lo mismo que la emocional. Que me faltó dejarlo ser más un niño pequeño. Presentarle más opciones, dejarlo explorar, sin intervenir demasiado. Reunirlo con otros niños más seguido, abrigarlo y cuidarlo de la bronquitis, pero dejarlo ir más al parque.

Y creo que es inevitable sentirse culpable cuando se es madre. Pero, valgan verdades, no existe un manual y se va aprendiendo en el camino. Tratamos de ser lo más conscientes posible; pero somos humanas, imperfectas. No siempre acertamos, pero eso sí, todo el tiempo amamos. De eso nunca me sentiré culpable, al contrario. El amor y el interés porque nuestros hijos sean felices debe ser el norte y con eso en mente seguiré dando pequeños y grandes pasos, seguro con algunos tropiezos, pero con mucha ilusión (y algo de temor, confieso) por este sendero materno.

martes, 10 de enero de 2012

Disfrutarlos y que nos disfruten

Les cuento que pasé un fin de año bastante agitado, tanto como las refrescantes olas de mar, esas que muero por nadar desde que empezó el verano; tan intensos, como el calor que nos vaporiza las ideas en estos días. Jornadas de trabajo largas, en las que el cansancio pasaba de visita frecuentemente y el café les cerraba la puerta.

Fueron días de aquellos a los que uno no quiere acostumbrarse. Despertaba temprano y, mayormente, me perdía esos momentos de la mañana tan deliciosos metidos los cuatro en la cama, sin querer despertarnos del todo. No regresaba a almorzar porque el tiempo aceleraba cada vez más el paso y cada minuto, cada hora, eran necesarias para terminar el trabajo encomendado. No llegaba por las noches a bañarlos, como todos los días, ni a acostarlos. Los extrañaba tanto, tantísimo. Extrañaba disfrutarlos.

Disfrutarlos y que nos disfruten, para mí es algo esencial de ser mamá. Hay momentos en que por diversas razones, debemos ocuparnos en otras cosas por algún tiempo, como fue mi caso en los últimos días de diciembre y los primeros de enero, pero me parece que no debemos perder de vista lo importante. Recuperar momentos; hacer una pausa, un silencio en el pentagrama, para ellos, y llenarlo de tiempo para compartir. Besos, abrazos, juegos, palabras, historias...

Sí, ser mamá no pierde la dimensión formativa, aquella en la que tratamos de que nuestros hijos reconozcan las formas de vivir en armonía con su entorno, en la que debemos ser firmes, me gusta pensar que como la caña de azúcar, que es dura por fuera y dulce por dentro. Pero no debemos dejar que nuestra obligación por educar personas probas, nos aleje de aquello que es lo más lindo de ser madre que es el de disfrutar de nuestros hijos.

He regresado un poco a la rutina, mi rutina, esa que he felizmente puedo y he decidido tener. Aquella en la que me permito disfrutar y me doy a mis hijos para que me disfruten a sus anchas. El trabajo me acompaña, es mi compañero, pero es solo una parte del día. Ya espero que pasen rápido los días, para ir todos juntos a vivir días agitados, pero de emociones y aventuras, de descubrimientos; quizás muchas de ellas nos tumbarán como una gran ola; pero seguro que nos reiremos y nos darán ganas de seguir nadando.

Disfrutando de Ignacio.
Disfrutando de Gabriel.





jueves, 22 de diciembre de 2011

Pero, si en mi casa yo no hago nada...

Eso le dijo Ignacio a su terapista, con la mayor frescura, debido a que ella le pide hacer "muchas" tareas. Cuando me lo comentó, me quedé de una pieza, no porque me sorprendiera que mi hijo se expresara de esa manera, sino por la percepción que tenía de las pequeñas ayudas que realizaba en casa. Mientras la psicóloga me hablaba, en mi mente aparecían las, en realidad, pocas imágenes que tenía de Ignacio asumiendo labores: recoger sus juguetes, poner sus zapatos en el clóset, dejar limpio el lavadero cuando se lava los dientes... no recordaba muchas más.

"Tienes que darle más responsabilidades en casa y usa este término para que él las identifique" porque, claro, al parecer, él sentía que no cumplía con ninguna. Ese mismo día le dije, aprovechando que hace poco ha cumplido 5 años, que los niños de su edad ya tienen que cumplir con más responsabilidades. Su cara se iluminó de emoción: "¡Ya, mami, cuáles son, cuáles son!" me dijo con el entusiasmo e impaciencia que lo caracteriza. Debía aprovechar la inesperada emoción que le había causado el desafío. Le indiqué que lo primero que haría en las mañanas es ir al baño y lavarse la cara. Luego, que se cambiara solo y deje su pijama doblada debajo de su almohada. ¡Mami, dame más responsabilidades! Como está de vacaciones le dije que nos podía ayudar a sacar el polvo de algunos de los muebles de la sala, mientras aspirábamos o limpiábamos las ventanas.

Miraba a Ignacio realizar con tanta alegría las responsabilidades que le había enseñado que traté de pensar en las razones de por qué no se las había planteado antes. Y, ciertamente, no las encontré. Se me escaparon, no las vi, sus rutinas se fueron armando de manera espontánea y el sentido común, para este tema en particular, se escondió. Y, soltando ideas al aire, pienso que quizás fue porque a mí me molestaba mucho que mi mamá me dijera qué hacer en la casa cuando era niña y guardaba resentimientos hacia ella por eso y no quería que mi hijo tuviera esos sentimientos hacia mí. Pero, ni él es igual a mí, por una parte, y por otra, darle responsabilidades a nuestros hijos es parte de ser madre, de enseñarle que debe ocuparse de ciertas cosas, de vivir en comunidad, de apoyarse unos a otros para mantener la armonía.

Ignacio de 10 meses ayudando en casa.

Por la tarde, Ignacio tuvo otras responsabilidades: ayudar a poner la mesa del comedor, llevar su plato al lavadero al terminar de comer, limpiar su  individual y, por la noche, llevar su ropa de cambio después del baño, llevar la ropa sucia a la lavandería, etc.

Todos los días me pide qué nueva responsabilidad hará y debo estar preparada para lanzarle la propuesta: pelar las arverjitas, doblar las medias, ayudarme a tender la cama... ¿alguna me da más sugerencias?

Debo admitir que pensé que darle responsabilidades a mi hijo iba a ser una tarea muy difícil, pero nuevamente la maternidad me sorprende y me demuestra que esta experiencia está llena de momentos inesperados.


jueves, 15 de diciembre de 2011

"Meme" a la mami

En el Perú, algunas personas emplean la palabra "meme" o "tutumeme" para indicarle a los bebes y niños que es la hora de dormir. "¿Quieres hacer meme?" "¿Vamos a hacer tutumeme?" "Ya es hora de hacer meme", son algunas de las frases más comunes al usar este término.

En la blogósfera, sin embargo, "meme" tiene otro significado. Zary, del blog La mamá de Sara lo define muy claramente: Un meme es la unidad teórica de información cultural transmisible de un individuo a otro. Es simplemente una cadena en la que una persona responde una serie de preguntas y luego se la pasa a otros individuos quienes a su vez se la pasan a otros. El meme ha estado en los blogs desde el principio y son una manera divertida de compartir.

Así que aquí va mi primer "meme". A ver cómo sale...
  • ¿Qué fue lo primero que viste en tu pareja cuando se conocieron? Todo:) ¡Su camisa a cuadros roja! Se reirá mucho cuando lo lea.
  • ¿A dónde te gustaría ir de Luna de Miel? A las islas griegas. Y, como dice el libro "El Secreto" (que no sé si en realidad funcione, pero nada pierdo...) lo visualizo constantemente para ver si algún día se hace realidad.
  • ¿Te consideras una persona aventurera? Creo que en algún momento lo fui y por instantes lo soy, pero, en general, no lo soy (¿se entendió?) :D
  • ¿Tienes algún secreto tuyo que nunca le hayas contado a nadie? Todos tenemos algún secretito por ahí.
  • ¿Playa o piscina? Arena y sol, el mar azul... #lalala
  • ¿Verano o Invierno? Verano.
  • ¿Besos o abrazos? Besos y abrazos. Soy bastante melosa.
  • ¿Dulce o salado? Salado, aunque lo dulce poco a poco me va conquistando.
  • ¿Fresa o chocolate? Chocolate. Las fresas, solo con leche condensada o chocolate :)
  • ¿Blanco o negro? Blanco.
  • ¿Color favorito? Depende de mi estado de ánimo y del lugar.
  • ¿Cuál es tu película favorita? Me encanta el cine, no podría escoger una. Me gusta desde El Padrino, pasando por El Señor de los Anillos, Grease, Bleu... hasta el cine independiente.
  • ¿Juego de mesa favorito? Trivia.
  • ¿Cuál es tu bebida favorita? Jugo surtido (papaya, fresa, piña y naranja)
  • ¿Cuál es tu trago favorito? Muchos también ;) Pisco sour, Margarita, prefiero que tengan algo de ácido, no me gustan mucho los dulcetes.
  • ¿Cuál es tu mes favorito? Todos tienen su encanto. Pero prefiero la segunda mitad del año porque celebramos muchos cumpleaños.
  • ¿Qué es lo primero que piensas al despertar? ¿Ya? ¿Tan rápido?
  • ¿Perdonarías una infidelidad de tu pareja? No.
  • ¿Cuántos timbrazos antes de contestar el teléfono? Dos.
  • ¿Sabes guardar secretos? Sí.
  • ¿Dices tu edad verdadera? Sí... todavía :D
  • ¿Te consideras tímida o extrovertida? Dependiendo, creo que más extrovertida que introvertida.
  • ¿Qué hay debajo de tu cama? Un poco de polvo y quizás algún juguete de los chicos :S
  • ¿Has faltado a clases/ al trabajo solo por el clima? El clima limeño es suficientemente estable para que no tengamos oportunidad de hacerlo.
  • ¿Cuánto tiempo tienes con el blog? Medio año :)
Y ahora le paso este "meme" a...

Isha de Ishamommy
María Luisa de Mamá inperfecta
Martha de Mamá recomienda
Mica de Mirando tus ojos aprendí

Gracias Zary por enviarme este "meme" y por siempre estar presente. ¡Besos!

sábado, 22 de octubre de 2011

Enseñar límites, no imponerlos

Mi mamá se sorprende del amor "desbordado" que tengo por mis hijos y veo cómo su mente abre los ojos tratando de encontrar la razón. "Debe ser que yo no he tenido hijos varones y la experiencia es diferente" suele decirme, o debe ser que nuestra forma de sentir y nosotras mismas somos distintas, pienso yo. Como consecuencia, sus palabras siguientes, señalan con un dedo acusador: "Ese amor que sientes, no te das cuenta, pero los consientes e engríes demasiado". Y sé dentro de mí que, como siempre, mi mamá tiene (en parte) razón.

Antes de tener hijos pensaba que era básico imponerles límites, no sabía exactamente por qué, solo asumía que si conmigo habían funcionado bien, debía ser lo correcto. Pero, lo cierto es que la maternidad tomó por asalto muchas de mis convicciones y el amor por mis bebes me desarmó. Y, como dice mi mamá, sin darme cuenta, dejé pasar muchas cosas. Errónamente confundí enseñar límites con desamor, en vez de entender que es una expresión de amor hacia nuestros hijos.

Y sí pues, tan evidente como que el amor no es solo abrazar, besar, jugar y compartir con nuestros hijos, sino ayudarlos a comprender qué situaciones pueden ser peligrosas, qué comportamientos no son adecuados; enseñarles a traducir el mundo que observan y que tan ansiosos están por explorar, con sus pro y sus contras.

Si a todo lo anterior, se le suma el tener hijos inquietos y desafiantes, el reto y la exigencia de enseñar límites con amor es mucho mayor. La paciencia se pondrá al límite y el ser constantes será realmente una tarea permanente. Pero yo creo que funciona. He comprobado lo que me parecía una cuestión poco amigable, que los límites dan estabilidad y seguridad emocional a los niños.

La clave, creo, es no perder de vista el amor. No imponer, enseñar y, sobretodo, explicar.
Las frases "porque lo digo yo", "porque soy tu madre", "porque me da la gana", no solo me parecen una falta de respeto al hijo sino la peor forma de pretender que aprendan algo. Está comprobado que para que alguien recuerde algo debe tener sentido, así al enseñar algo a un niño hay que relacionarlo con lo que vive, lo que le rodea, lo que le interesa. Decirlo con voz firme, que no es lo mismo que gritar, para llamar su atención sobre lo que se está diciendo y mantener la calma. Les aseguro que no es una tarea fácil y puede llegar a ser agotadora, pero los resultados hablarán por sí solos.





domingo, 4 de septiembre de 2011

Las manos no hablan

"Las manos no hablan", le digo a Ignacio (4) porque quiero que entienda que las emociones deben ser expresadas con palabras y no con manotazos. Es aún un poco difícil para mi niño, tomar conciencia de lo que siente frente a diversas situaciones y traducirlo en palabras; también le cuesta comprender por qué los niños se molestan si él los ha agredido. El cuerpo y la impulsividad le ganan todavía, algunas veces. No lo justifico, no lo dejo pasar; sin embargo trato de comprenderlo para ayudarlo de la mejor manera.

Asimilar que a mi hijo le cuesta controlar sus impulsos no ha sido fácil. Las primeras en notar esta tendencia en Ignacio fueron las profesoras del nido. Primero, pasé por una etapa de negación. Me rehusaba a creer que fuera cierto lo que me contaban, pues en casa no veía comportamientos de ese tipo. Solo veía a mi hijo como un niño encantador, bueno qué madre no ve a su hijo como el niño más bello del mundo. Además, no le encontraba explicación, Ignacio vivía en un ambiente pacífico y lleno de amor; mi esposo y yo ni siquiera jugábamos de manera tosca o "de manos" con él; no discutíamos, ni hablábamos fuerte. Luego, vino la etapa en la que siempre tenía una excusa para justificar su comportamiento, "seguro es la edad, los dos años son terribles", "solo está tratando de expresar su individualidad", "ya se le pasará". Esto no quiere decir que no intervenía o que no le explicaba cómo afectaba su comportamiento a los demás.
Pero lo cierto es que no se le pasó y, es más, se fue agravando. Entonces llegó la etapa de la culpabilidad: "¿Qué hemos hecho mal?" "Seguro lo hemos engreído demasiado" "Quizás sería distinto si hubiera o no hubiera hecho esto o aquello..." acompañado de estrés y preocupación. Pero como las culpas no resuelven y lo más sensato es basarse en evidencias, decidimos (aunque nos costó asumir que se necesitaba) acudir a una psicóloga para obtener una opinión especializada sobre el asunto. Sentimos gran alivio cuando nos explicó que sí, que existían rasgos de impulsividad, que lo veía como un niño intrépido, pero que más allá del peligro que podría existir para su seguridad física, pensaba que la forma en que se relacionaba con los demás era manejable. Nos ayudó también a entender que "su hijo es así", hay niños que controlan mejor sus emociones que otros y la manera en cómo le enseñamos a comportarse puede tener poco que ver con esto. Había sin duda, que ayudarlo a reconocer sus emociones y las de los otros, y trabajar en poner más límites para que entendiera que sus actos tienen consecuencias.

Asumimos el compromiso y la situación fue mejorando. Hasta que salí embarazada y tuve la mala suerte de un embarazo difícil con un periodo de ausencia en casa, debido a que requería cuidados clínicos. Se suscitaron luego tres cambios importantes: el retiro de la nana que tenía desde el año y medio, la llegada del hermanito y el ingreso al colegio. Como es de esperar, hubo un retroceso. Pasado el puerperio, tomé el toro por las astas e iniciamos la larga rutina de terapias para trabajar en su control emocional y de conducta. Además se sumó el descubrimiento de que necesitaba ayuda a nivel de integración sensorial. Entre otras cosas, que existía a nivel físico un poco de dificultad para reconocer el manejo y fuerza de su cuerpo, su espacio corporal y el del otro; tema que también estaba relacionado a las formas de contacto físico que establecía con sus pares.

Debo confesar que ha sido muy incómodo y doloroso sentir las miradas acusadoras de las madres cuyos hijos son fastidiados; aunque comprenda su malestar. Seguramente sentiría lo mismo si estuviera en sus zapatos. Pero ahora también entiendo a aquellas madres, que como yo, han tratado y tratan de que sus hijos no sean etiquetados como "terribles" o "pegalones", que no necesariamente son las "culpables" de ese comportamiento, que buscan la manera de ayudar a sus niños a tener mejores relaciones con otros niños.

Entender y acompañarlo en este proceso ha sido agotador a nivel emocional, pero debo expresar con alegría y por qué no decir, con orgullo, que ya hay resultados positivos. Ignacio contiene mejor sus impulsos, reconoce mejor sus emociones, entiende cada vez mejor a los otros. Todavía necesitamos pulir algunos aspectos, pero el brillo que yo siempre he visto en mi niño empieza a iluminar a otros y a despojar las "etiquetas" que lamentablemente colocan de manera consciente adultos y de forma inconsciente los mismos niños.

Mi niño, la vida es un largo caminar. Encontrarás experiencias maravillosas y otras que no lo serán tanto, pero ahí estaremos tus padres para darte siempre una mano. Esperamos que así como nuestras manos te dieron seguridad para dar tus primeros pasos, no dejes de buscarlas cuando lo sientas necesario.







jueves, 11 de agosto de 2011

Respetemos el derecho a jugar de manera libre

¿Cómo juegan sus hijos? Cada niño o niña tiene una forma única de expresarse en sus juegos, algunos prefieren el juego más activo, a otros les gusta recrear historias, algunos optan por pasarla más tranquilo armando cubos, por ejemplo; y cada uno asume con una actitud distinta los juegos, unos son líderes, otros seguidores, a algunos les gusta proponer ideas o quizás, simplemente observar.

¿Debemos intervenir en sus juegos con otros niños? Creo que la infancia es el momento de dejar que nuestros hijos jueguen en libertad contando con solo una regla básica: el respeto por el otro. Respeto por el espacio del otro, por su voz, por su forma de ver las cosas, por su manera de sentir. A partir de ahí, lo demás fluye. El "juego libre" permite que los niños se pongan de acuerdo en cuáles deben ser las normas, qué se va a permitir y qué no. Es vital por ello, eso sí, impulsar a nuestros hijos a expresar lo que sienten y piensan.

Tengo una amiga que siempre le dice a su hija de cuatro años "Anda resuelve el asunto con tu amiga", cada vez que tiene algún conflicto con otra niña. Recuerdo que la primera vez que lo escuché lo sentí raro; pero ahora lo entiendo mejor. Debemos permitir que nuestros hijos traten de solucionar sus problemas solos, luego intervenir, si es necesario. No hay que subestimarlos.

Así como debemos enseñarles a respetar y llegar a acuerdos con otros, nosotros también debemos respetar su forma de jugar y sus ideas. Quizás nos parezca que algunos niños juegan "tosco", pero mientras no se hagan daño o golpeen y respeten al otro, no debemos por qué inhibir su manera de expresarse. Lo mismo, en cuanto a la actitud que asumen, si son muy tímidos, no hay que presionarlos; motivarlos sí, pero sin que resulte incómodo. Y por sobretodo, debemos respetar si quieren jugar.

Hoy estuve en el parque y una abuela no dejaba jugar a su nieto con el grupo de niños "revoltosos", como ella los etiquetó. El niño era tímido y la verdad me dio mucha pena ver la escena. Según esta abuela y su amiga, mi hijo era el más "revoltoso" del grupo, el "incitador" -líder lo llamaría yo ;)- Los niños se divertían, bajo las propias reglas que ellos habían acordado, no paraban de reírse; pero a la abuela esto le parecía terrible.

Cuando me preguntaron cuál era mi hijo les dije que era "el incitador" al que se referían. Se quedaron mudas, pero después me dijeron que debería enseñarle a jugar "bien". No contesté, en un primer momento, no valía la pena. Pero insistieron con sus comentarios y no me aguanté en decirles que a mí me parecía que debía permitir a su nieto jugar con los otros niños. "No quiero que aprenda a jugar así", me contestó. Así, ¿cómo? ¿Divirtiéndose como los demás? Al menos, debería dejar al niño probar, si no le gustaba, podía optar por jugar con otros niños.

Incluso me llegaron a decir que yo solo paraba con mi "aparatito" (por el iphone) y no me daba cuenta de lo que estaba pasando con mi hijo. Solo me quedó sonreír. Cuando voy al parque con Ignacio, los primero minutos los dedico a jugar con él; luego, lo motivo a buscar niños con los cuales jugar porque la idea es que vaya a socializar. En ese momento, cojo mi celular y leo algunas cosas, pero siempre estoy atenta a lo que sucede e intervengo de ser necesario. Fomento que sea independiente, que sepa que estoy ahí para lo que necesite; pero que no me necesita para divertirse.

Y esta situación me hizo sentirme orgullosa por ser el tipo de mamá que he elegido ser, que aunque no es fácil y muy agotador, vale la pena cada segundo; y feliz porque tengo la oportunidad de compartir los momentos de crecimiento de mi hijo.


lunes, 27 de junio de 2011

Uno de mis momentos favoritos del día

El mediodía marca el momento en que debo terminar mis pendientes laborales o domésticos y prepararme para recoger a Ignacio, mi hijo de cuatro años, del colegio. Antes de salir, a veces, cae mi mirada en las fotos de cuando era bebe (no hace mucho para mí, pero sí para el tiempo) y me paraliza el reconocer que ya tengo un hijo que va al colegio, que ya es un niño con una personalidad que, a pesar de estar en construcción, es bastante definida.

Me gusta llegar temprano, tempranísimo al colegio. Quiero que él vea que soy yo la primera que se asoma por aquella ventanita en la que se puede ser testigo de los últimos momentos de clases antes de la salida. Saborear esa cara de alegría y orgullo es un momento tan delicioso que no provoca perdérselo. Al abrir la maestra la puerta, Ignacio sale atropellante y presuroso a mi encuentro. "Miausííí", me dice cuando me ve. Luego siempre viene el "Mami, ¿qué tal si invitamos (el nombre de un amiguito distinto cada día) a la casa para jugar?" Gestión que realizo, con suerte, una vez por semana para que estreche vínculos con sus compañeritos y compañeritas.

Pero la parte más divertida es cuando iniciamos la conversación de cómo le fue en el colegio. Antes le soltaba la pregunta de rutina: ¿Qué tal te fue hoy? "Muy bien" me respondía siempre. "¿Qué hicieron?" insistía. "Tú sabes, lo de siempre, pintar, cantar, salir al recreo..." Hace ya algunos meses me di cuenta que debía dar un giro a mis preguntas si quería llegar a las respuestas de las que tenía curiosidad. Así que un día le pregunté: ¿Qué fue lo más divertido de hoy? ¿Qué fue lo más aburrido? ¿Ocurrió algo que te hizo muy feliz? ¿Ocurrió algo que te hiciera enojar? ¿Qué fue lo más fácil? ¿Qué fue lo más difícil? Y a partir de esas preguntas iniciamos un diálogo en el que puedo no solo conocer las emociones que siente ese día y felicitar sus logros, sino también reconocer y, lo más importante, que él reconozca qué debería hacer para superar las situaciones o tareas difíciles que le tocó enfrentar.

Luego, me pide que le cuente una historia. El puente que lo lleva de la realidad al mundo de ficción que tanto le divierte. Uno que hace que también me distraiga del hecho que ya pronto, quizás, no quiera que le cuente historias. Pero me alienta el reto que supondrá qué otras cosas podremos compartir cuando sea más grande.