Antes de tener hijos pensaba que era básico imponerles límites, no sabía exactamente por qué, solo asumía que si conmigo habían funcionado bien, debía ser lo correcto. Pero, lo cierto es que la maternidad tomó por asalto muchas de mis convicciones y el amor por mis bebes me desarmó. Y, como dice mi mamá, sin darme cuenta, dejé pasar muchas cosas. Errónamente confundí enseñar límites con desamor, en vez de entender que es una expresión de amor hacia nuestros hijos.
Y sí pues, tan evidente como que el amor no es solo abrazar, besar, jugar y compartir con nuestros hijos, sino ayudarlos a comprender qué situaciones pueden ser peligrosas, qué comportamientos no son adecuados; enseñarles a traducir el mundo que observan y que tan ansiosos están por explorar, con sus pro y sus contras.
Si a todo lo anterior, se le suma el tener hijos inquietos y desafiantes, el reto y la exigencia de enseñar límites con amor es mucho mayor. La paciencia se pondrá al límite y el ser constantes será realmente una tarea permanente. Pero yo creo que funciona. He comprobado lo que me parecía una cuestión poco amigable, que los límites dan estabilidad y seguridad emocional a los niños.
La clave, creo, es no perder de vista el amor. No imponer, enseñar y, sobretodo, explicar.
Las frases "porque lo digo yo", "porque soy tu madre", "porque me da la gana", no solo me parecen una falta de respeto al hijo sino la peor forma de pretender que aprendan algo. Está comprobado que para que alguien recuerde algo debe tener sentido, así al enseñar algo a un niño hay que relacionarlo con lo que vive, lo que le rodea, lo que le interesa. Decirlo con voz firme, que no es lo mismo que gritar, para llamar su atención sobre lo que se está diciendo y mantener la calma. Les aseguro que no es una tarea fácil y puede llegar a ser agotadora, pero los resultados hablarán por sí solos.